con harta frecuencia, que las confesiones ordinarias de las personas que llevan una vida común y vulgar están llenas de grandes defectos, porque, muchas veces, la preparación es deficiente o nula, y falta la contrición exigida; al contrario, suele acudirse a la confesión con una voluntad tácita de volver a caer en pecado y sin la resolución de evitar las ocasiones y de poner los medios necesarios para la enmienda de la vida; en todos estos casos, la confesión general es necesaria para la tranquilidad del alma. Pero, además, de esto, la confesión general nos conduce al conocimiento de nosotros mismos, provoca en nosotros una saludable confusión por nuestra vida pasada, nos hace admirar la misericordia de Dios, que nos ha aguardado con tanta paciencia; sosiega nuestros corazones, alivia nuestros espíritus, excita en nosotros buenos propósitos, da ocasión a nuestro padre espiritual para que nos haga las advertencias que mejor cuadran con nuestra condición, y nos abre el corazón, para que nos manifestemos con toda confianza, en las confesiones siguientes.
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