debemos pertenecer a Jesucristo y servirle



  antes del Bautismo pertenecíamos al demonio como esclavos suyos. El Bautismo nos ha convertido en verdaderos esclavos de Jesucristo , que no debemos ya vivir, trabajar ni morir sino a fin de fructificar para este Dios-Hombre (Romanos 7,4), glorificarlo en nuestro cuerpo y hacerlo reinar en nuestra alma, porque somos su conquista, su pueblo adquirido y su propia herencia (1Pedro 2,9). Por la misma razón, el Espíritu Santo nos compara a:

 árboles plantados junto a la corriente de las aguas de la gracia, en el campo de la Iglesia, que deben dar fruto en tiempo oportuno , los sarmientos de una vid, cuya cepa es Cristo, y que deben producir sabrosas uvas . un rebaño, cuyo pastor es Jesucristo, y que debe multiplicarse y producir leche . una tierra fértil, cuyo agricultor es Dios, y en la cual se multiplica la semilla, y produce el treinta, el sesenta, el ciento por uno . Por otra parte, Jesucristo maldijo a la higuera infructuosa Z y condenó al siervo inútil, que no hizo fructificar su talento .

Todo esto nos demuestra que Jesucristo quiere recoger algún fruto de nuestras pobres personas, a saber, nuestras buenas obras, porque éstas le pertenecen exclusivamente: creados, mediante Cristo Jesús, para hacer el bien . Estas palabras del Espíritu Santo demuestran que Jesucristo es el único principio y debe ser también el único fin de nuestras buenas obras, y que debemos servirle no sólo como asalariados, sino como esclavos de amor. Me explico.

Hay, en este mundo, dos modos de pertenecer a otro y depender de su autoridad: el simple servicio y la esclavitud. De donde proceden los apelativos de criado y esclavo.

Por el servicio, común entre los cristianos, uno se compromete a servir a otro durante cierto tiempo y por determinado salario o retribución. Por la esclavitud, en cambio, uno depende de otro enteramente, por toda la vida, y debe servir al amo sin pretender salario ni recompensa alguna, como si fuera uno de sus animales, sobre los que tiene derecho de vida y muerte.

Hay tres clases de esclavitud: natural, forzada y voluntaria.

Todas las creaturas son esclavas de Dios según el primer modo: Del Señor es la tierra y cuanto la llena . Conforme al segundo, lo son los demonios y condenados. Según el tercero, los justos y los santos.

La esclavitud voluntaria es la más perfecta y gloriosa para Dios, que escruta el corazón , nos lo pide para sí y se llama Dios del corazón o de la voluntad amorosa. Efectivamente, por esta esclavitud voluntariamente asumida-, optas por Dios y por su servicio, sin que importe todo lo demás, aunque no estuvieses obligado a ello por naturaleza.

Hay una diferencia total entre criado y esclavo :

El criado no entrega a su patrón todo lo que es, todo lo que posee ni todo lo que puede adquirir por sí mismo o por otro; el esclavo se entrega totalmente a su amo, con todo lo que posee y puede adquirir, sin excepción alguna.

El criado exige retribución por los servicios que presta a su patrón; el esclavo, por el contrario, no puede exigir nada, por más asiduidad, habilidad y energía que ponga en el trabajo.

El criado puede abandonar a su patrón cuando quiera o, al menos, cuando expire el plazo del contrato; mientras que el esclavo no tiene derecho de abandonar a su amo cuando quiera.

El patrón no tiene sobre el criado derecho alguno de vida o muerte, de modo que, si lo matase como a uno de sus animales de carga, cometería un homicidio; el amo, en cambio –conforme a la ley–, tiene sobre su esclavo derecho de vida y muerte, de modo que puede venderlo a quien quiera o matarlo -perdóname la comparación-, como haría con su propio caballo.

Por último, el criado está al servicio del patrón sólo temporalmente; el esclavo lo está para siempre.

Nada hay entre los hombres que te haga pertenecer más a otro que la esclavitud. Nada hay tampoco entre los cristianos que nos haga pertenecer más completamente a Jesucristo y a su santísima Madre que la esclavitud aceptada voluntariamente, a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro amor tomó forma de esclavo y de la Santísima Virgen, que se proclamó servidora y esclava del Señor El Apóstol se honra de llamarse servidor de Jesucristo .

Los cristianos son llamados repetidas veces en la Sagrada Escritura servidores de Cristo. Palabra que -como hace notar acertadamente un escritor insigne- equivalía antes a esclavo, porque entonces no se conocían servidores como los criados de ahora, dado que los señores sólo eran servidos por esclavos o libertos.

Para afirmar abiertamente que somos esclavos de Jesucristo, el Catecismo del concilio de Trento se sirve de un término que no deja lugar a dudas, llamándonos mancipia Christi: esclavos de Cristo .

Afirmo que debemos pertenecer a Jesucristo y servirle no sólo como mercenarios, sino como esclavos de amor, que, por efecto de un intenso amor, se entregan y consagran a su servicio en calidad de esclavos por el único honor de pertenecerle. Antes del Bautismo éramos esclavos del diablo. El Bautismo nos transformó en esclavos de Jesucristo (Ver Rom 6,22). Es necesario, pues, que los cristianos sean esclavos del diablo o de Jesucristo.


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