Se narra en la historia de las fundaciones de la Compañía de Jesús en el reino de Nápoles de un noble joven escocés llamado Guillermo Elphinstone. Era pariente del rey Jacobo, y habiendo nacido en la herejía, seguí en ella; pero iluminado por la gracia divina, que le iba haciendo ver sus errores, se trasladó a Francia, donde con la ayuda de un buen padre, también escocés, y, sobre todo, por la intercesión de la Virgen María, descubrió al fin la verdad, abjuró la herejía y se hizo católico. Fue después a Roma. Un día lo vio un amigo muy afligido y lloroso, y preguntándole la causa le respondió que aquella noche se le había aparecido su madre, condenada, y le había dicho: “Hijo, feliz de ti que has entrado en la verdadera Iglesia; yo, por haber muerto en la herejía, me he perdido”. Desde entonces se enfervorizó más y más en la devoción a María, eligiéndola por su única madre, y ella le inspiró hacerse religioso, a lo que se obligó con voto. Pero como estaba enfermo, se dirigió a Nápoles para curarse con el cambio de aires. Y en Nápoles quiso Dios que muriese siendo religioso. En efecto, poco después de llegar, cayó gravemente enfermo, y con plegarias y lágrimas impetró de los superiores que lo aceptasen. Y en presencia del Santísimo Sacramento, cuando le llevaron el Viático, hizo sus votos y fue declarado miembro de la Compañía de Jesús.
Después de esto, era de ver cómo enternecía a todos con las expresiones con que agradecía a su madre María el haberlo llevado a morir en la verdadera Iglesia y en la casa de Dios, en medio de los religiosos sus hermanos. “¡Qué dicha –exclamaba- morir en medio de estos ángeles!” Cuando le exhortaban para que tratara de descansar, respondía: “¡No, ya no es tiempo de descansar cuando se acerca el fin de mi vida!” Poco antes de morir dijo a los que le rodeaban: “Hermanos, ¿no veis los ángeles que me acompañan?” Habiéndole oído pronunciar algunas palabras entre dientes, un religioso le preguntó qué decía. Y le respondió que el ángel le había revelado que estaría muy poco tiempo en el purgatorio y que muy pronto iría al paraíso. Después volvió a los coloquios con su dulce madre María. Y diciendo: “¡Madre, madre!”, como niño que se reclina en los brazos de su madre para descansar, plácidamente expiró. Poco después supo un religioso, por revelación, que ya estaba en el paraíso.
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