Prepárate, para sufrir, por el nombre de Cristo, todos los oprobios, todas las cosas ásperas y adversidades. Todo deseo o pensamiento que te sugiera cualquier apetito de grandeza, bajo cualquier pretexto, mortifícalo en su mismo principio y nacimiento, como a cabeza del dragón infernal, con el cauterio que es el báculo de la Cruz, trayendo a tu memoria la humildad y la durísima pasión de Cristo, el cual, huyendo de quienes le querían hacer rey , abrazó voluntariamente la Cruz, menospreciando toda ignominia . Huye con horror de toda humana alabanza, como de un mortífero veneno y gózate en tu desprecio, considérate de veras y de corazón como quien merece ser despreciado por todos.
“Contempla continuamente tus defectos y pecados, agravándolos cuanto puedas. Los defectos de los demás, échalos a la espalda, como si no los vieras y, si los ves, procura disminuirlos y excusarlos, compadeciéndote y ayudando a quienes los tienen, en lo que puedas. Aparta los ojos de tu mente y los de tu cuerpo de la conducta de los demás, a fin de que puedas verte a ti mismo a la luz del rostro de Dios. Examínate continuamente a ti mismo y júzgate siempre sin disimulo. En todas tus obras, en todas tus palabras, en todos tus pensamientos, en toda lectura, repréndete a ti mismo y busca encontrar siempre en ti materia de compunción, pensando que el bien que haces no está perfectamente hecho, ni con el fervor que debería hacerse; más bien, manchado con muchas negligencias, de manera que con razón todas tus obras buenas deben ser comparadas con un paño inmundo ”.
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