Por esto ha aumentado maldad en el mundo

 


El padre Gabriel Amorth nos dice;En principio, creo que una vez más se puede citar la opinión del jesuita francés Tonquédec, conocido exorcista: «Hay un grandísimo número de infelices que, aun no presentando signos de posesión diabólica, recurren al ministerio del exorcista para ser liberados de sus padecimientos: enfermedades rebeldes, adversidades y desgracias de toda especie. Los endemoniados son muy raros, pero aquellos infelices son legión.»

Es una observación que sigue siendo válida si se considera la gran diferencia entre los verdaderos afectados y aquellos que piden una palabra segura al exorcista sobre el amontonamiento de sus desdichas. Pero hoy es necesario tener en cuenta muchos factores nuevos que no existían cuando el padre Tonquédec escribía. Y son estos factores los que me han llevado a la experiencia directa de que el número de los afectados ha aumentado enormemente.

Un primer factor es la situación del mundo consumista occidental, en el que el sentido materialista y hedonista de la vida ha hecho que la mayoría perdiera la fe. Creo que, sobre todo en Italia, una buena parte de la culpa corresponde al comunismo y al socialismo, que con las doctrinas marxistas han dominado en estos años la cultura, la educación y el espectáculo. En Roma se calcula que a la misa dominical acude aproximadamente el doce por ciento de los habitantes. Es matemático: donde decae la religión, crece la superstición. De ahí la difusión, especialmente entre los jóvenes, de las prácticas de espiritismo, magia y ocultismo. Añádase a ello la búsqueda del yoga, el zen y la meditación trascendental: prácticas todas basadas en la reencarnación, en la disolución del ser humano en la divinidad o, en todo caso, en doctrinas inaceptables para un cristiano. Y ya no es preciso irse a la India para entrar en la escuela de un gurú: se lo encuentra uno a la puerta de casa; a menudo con esos métodos, de apariencia inocua, se llega a estados de alucinación o de esquizofrenia. Añado la difusión, como mancha de aceite, de sectas, muchas de las cuales con una directa huella satánica.

Distintas cadenas de televisión muestran escenas de magia y espiritismo. Se encuentran libros sobre estos temas hasta en los quioscos, y el material para la magia se difunde incluso con la venta por correspondencia. A esto hay que sumar varios periódicos y espectáculos de terror en los que al sexo y a la violencia se suma frecuentemente un sentido de perfidia satánica. Luego está la difusión de ciertas músicas masivas que arrastran al público hasta la obsesión. Me refiero en particular al rock satánico, del que se hace intérprete Piero Mantero en su librito Satana e lo stratagemma della coda (Segno, Udine, 1988). Invitado a hablar en algunas escuelas superiores, se me ha hecho palpable la gran incidencia de estos vehículos de Satanás sobre los jóvenes; es increíble lo difundidas que están en las escuelas superiores y medias varias formas de espiritismo y magia. Es ya un mal generalizado, incluso en los centros pequeños.

Tampoco puedo callar cómo demasiados hombres de Iglesia se desinteresan totalmente de estos problemas, dejando a los fieles expuestos y sin defensas. Considero que ha sido un error eliminar casi completamente los exorcismos del rito del bautismo (y parece precisamente que también Pablo VI era de esta opinión); considero un error haber suprimido, sin sustituirla, la oración a san Miguel arcángel que se rezaba al fin de cada misa. Considero sobre todo una carencia imperdonable, de la cual acuso a los obispos, haber dejado que se extinguiese toda la pastoral exorcística: cada diócesis debería tener al menos un exorcista en la catedral; debería haber uno en las iglesias más frecuentadas y en los santuarios. Hoy al exorcista se le ve como un ser raro, casi imposible de encontrar; en cambio, su actividad posee un valor pastoral indispensable que secunda la pastoral de quien predica, de quien confiesa y de quien administra los demás sacramentos.

La jerarquía católica debe entonar fuertemente el mea culpa. Conozco a muchos obispos italianos, pero sólo conozco a algunos que hayan practicado exorcismos, que hayan asistido a exorcismos y que sientan adecuadamente este problema. No dudo en repetir lo que he publicado en otra parte: si un obispo, después de una solicitud seria (no por parte de un desequilibrado), no toma medidas personalmente o por medio de un sacerdote delegado, comete un pecado grave de omisión. Así nos encontramos en la situación de haber perdido la escuela: en el pasado, el exorcista instruía al nuevo exorcista. Pero volveré sobre este asunto.

Hizo falta el cine para volver a despertar el interés por el tema. Radio Vaticana, el 2 de febrero de 1975, entrevistó al director de la película El exorcista, William Friedkin, y al teólogo jesuita Thomas Bemingan, que actuó como asesor durante la filmación. El director afirmó que había querido narrar un hecho tomado del argumento de una novela que, a su vez, se inspiraba en un episodio verdaderamente acaecido en 1949. Sobre si se trataba de una verdadera posesión diabólica o no, el director prefirió no pronunciarse y decir que eso era un problema de los teólogos y no suyo.

El padre jesuita, ante la pregunta de si aquélla era una de las habituales películas de terror o algo distinto, optó decididamente por la segunda hipótesis. Basándose en el enorme impacto que tuvo la película sobre el público de todo el mundo, afirmó que, aparte de ciertos detalles espectaculares, la película trataba con mucha seriedad el problema del mal.

Y despertó el interés por los exorcismos, ya olvidados.

¿Cómo se puede caer en los trastornos extraordinarios causados por el demonio? Prescindo de los trastornos ordinarios, o sea de las tentaciones que afectan a todos. Uno puede caer con culpa o sin ella, según los casos. Podemos resumir los motivos en cuatro causas: por permisión de Dios; porque se es víctima de un maleficio; por un estado grave y recalcitrante de pecado; por frecuentación de personas o lugares maléficos.

1. Por permisión de Dios. Que quede bien claro que nada ocurre sin el permiso de Dios. Y que quede igualmente claro que Dios no quiere nunca el mal, pero lo permite cuando somos nosotros quienes lo queremos (por habérsenos creado libres) y sabe obtener el bien también del mal. El primer caso que consideramos tiene como característica que no interviene en él ninguna culpabilidad humana, sino sólo una intervención diabólica. Del mismo modo que Dios permite habitualmente la acción ordinaria de Satanás (las tentaciones), concediéndonos todas las gracias para resistir y obteniendo de ello un bien para nosotros si somos fuertes, así Dios también puede permitir a veces la acción extraordinaria de Satanás (posesión o trastornos maléficos) para que el hombre ejercite la humildad, la paciencia y la mortificación.

Podemos, por tanto, recordar dos casos que ya hemos tomado en consideración: cuando hay una acción externa del demonio que causa sufrimientos físicos (del estilo de los golpes y las flagelaciones sufridos por el cura de Ars o por el padre Pío); o cuando se permite una verdadera vejación, como hemos dicho respecto de Job y san Pablo.

La vida de muchos santos nos presenta ejemplos de esta clase. Entre los santos de nuestra época cito a dos beatificados por Juan Pablo II: el padre Calabria y sor María de Jesús Crucificado (la primera árabe beatificada). En ambos casos, sin que hubiera ninguna causa humana (ni culpa por parte de las personas afectadas, ni maleficios hechos por otros), hubo períodos de verdadera posesión diabólica, en los cuales los dos beatos dijeron e hicieron cosas contrarias a su santidad y sin tener ninguna responsabilidad de ello, porque era el demonio el que actuaba sirviéndose de sus miembros.


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