un exorcista habla sobre , el estado actual de ruina de las familias, he conocido casos en que las personas afectadas vivían estados matrimoniales desordenados, con el agravante de otras culpas; se me han presentado mujeres que habían cometido varias veces el delito de abortar, además de otras faltas; he estado ante personas que, además de perversiones sexuales aberrantes, cometían actos de violencia; y he tenido varios casos de homosexuales que se drogaban y caían en otras culpas relacionadas con la droga. En todos estos casos, me parece casi inútil decirlo, la vía de la curación sólo empieza a través de una sincera conversión.
1. Frecuentación de personas y lugares maléficos. Con esta expresión he querido englobar la práctica o la asistencia a sesiones espiritistas, magia, cultos satánicos o sectas satánicas (que tienen su apogeo en las misas negras), a prácticas de ocultismo... frecuentar magos y brujos; ciertos cartománticos. Todas ellas son formas que exponen a la persona al peligro de incurrir en un maleficio. Tanto más cuando se quiere contraer un vínculo con Satanás: existe la consagración a Satanás, el pacto de sangre con Satanás, la frecuentación de escuelas satánicas y el nombramiento como sacerdote de Satanás... Por desgracia, especialmente desde hace quince años, se trata de actividades que van en aumento, casi en explosión.
En cuanto al recurso a magos y similares, presento un caso muy corriente. Uno padece un mal rebelde a cualquier tratamiento, o bien ve que todas las cosas que emprende le salen mal; cree que hay algo maléfico que le bloquea. Acude a un cartomántico o a un mago, que le dice: «Usted tiene un hechizo.» Hasta aquí el gasto es poco y el daño es nulo. Pero a menudo viene la continuación: «Si quiere que se lo quite, se necesita un millón de liras» o aún más. Entre los muchos casos que se me han presentado he tenido noticia de la cifra máxima de cuarenta y dos millones. Si la propuesta es aceptada, el mago o el cartomántico pide algo personal: una foto, una prenda íntima, un mechón de cabellos, o algún pelo, o un fragmento de uña. En este punto el mal ya está hecho. ¿Qué hace el mago con los objetos pedidos? Está claro: magia negra.
Me interesa asimismo hacer una precisión. Muchos caen porque saben que ciertas mujercitas «están siempre en la iglesia»; o porque ven el despacho de los magos tapizado de crucifijos, de vírgenes, de santitos o de retratos del padre Pio. Además, les dicen: «Yo sólo hago magia blanca; si me solicitaran hacer magia negra, me negaría.» Por magia blanca suele entenderse quitar los hechizos; la magia negra es para realizarlos. Pero, en realidad, como no se cansaba de repetir el padre Candido, no existe magia blanca y magia negra: sólo existe la magia negra, pues toda forma de magia es un recurso al demonio. Así, el desventurado, si antes tenía un pequeño trastorno maléfico (pero muy probablemente no tenía nada de este tipo), se vuelve a casa con un verdadero maleficio. A menudo nosotros, los exorcistas, tenemos que afanarnos mucho más para deshacer la obra nefasta de los magos que para curar el trastorno inicial.
Añadiré que, muchas veces, tanto hoy como en el pasado, la posesión diabólica puede ser confundida con las enfermedades psíquicas. Tengo gran estima por esos psiquiatras que tienen la competencia profesional y el sentido de los límites de su ciencia y saben reconocer honradamente cuándo un paciente presenta sintomatologías que no cabe englobar en las enfermedades científicamente reconocidas. El profesor Simone Morabito, psiquiatra residente en Bérgamo, ha afirmado tener pruebas de que muchos considerados como enfermos psíquicos eran en realidad poseídos por Satanás, y ha logrado curarlos con la ayuda de algunos exorcistas (véase Gente, núm. 5, 1990, pp. 106-112). Conozco otros casos análogos, pero quiero detenerme sobre uno en particular.
El 24 de abril de 1988, Juan Pablo II beatificó a un carmelita español, el padre Francisco Palau. Es una figura muy interesante para nosotros, pues, en los últimos años de su vida, Palau se dedicó a los endemoniados. Había adquirido un hospicio en el que acogía a los afectados por enfermedades mentales. Los exorcizaba a todos: los que estaban endemoniados, se curaban; los que eran enfermos, quedaban como tales. Naturalmente fue muy combatido por el clero. Entonces viajó a Roma dos veces: en 1866 para tratar de estas cosas con Pío IX; en 1870 para conseguir que el Concilio Vaticano I restableciese en la Iglesia el exorcismo como ministerio permanente. Sabemos cómo fue interrumpido aquel concilio; pero la exigencia de restaurar este servicio pastoral sigue siendo urgente.
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