Escribe San Jerónimo que Jerjes, aquel poderosísimo rey que derribaba los montes y allanaba los mares, como se subiese a un monte alto a ver desde allí un ejército que tenía juntado de infinitas gentes, después que lo hubo bien mirado, dice que se paró a llorar. Y preguntado por qué lloraba, respondió: Lloro porque de aquí a cien años no estará vivo ninguno de cuantos allí veo presentes. ¡Oh si pudiésemos (dice San Jerónimo) subirnos a alguna atalaya, que dende allá pudiésemos ver toda la tierra debajo de nuestros pies! Dende ahí verías las caídas y miserias de todo el mundo, y gentes destruidas por gentes, y reinos por reinos.
Verías cómo a unos atormentan, a otros matan; unos se ahogan en la mar, otros son llevados cautivos. Aquí verás bodas, allí llanto; aquí matar unos, allí morir otros; unos abundar en riquezas, otros mendigar. Y finalmente verías no solamente el ejército de jerjes, sino a todos los hombres del mundo que ahora son, los cuales de aquí a pocos días acabarán. Discurre por todas las enfermedades y trabajos de los cuerpos humanos y por todas las aflicciones y cuidados de los espíritus, y por los peligros que hay, así en todos los estados como en todas las edades de los hombres, y verás aún más claro cuántas sean las miserias de esta vida, pues que viendo tan claramente cuán poco es todo lo que el mundo puede dar, más fácilmente menosprecies tanto lo que hay en él.
A todas
estas miserias sucede la última, que es morir, la cual, así para lo del cuerpo
como para lo del ánima, es la última de todas las cosas terribles; pues el
cuerpo será en un punto despojado de todas las cosas, y del ánima se ha de
determinar entonces lo que para siempre ha de ser.
Todo esto
te dará a entender cuán breve y miserable sea la gloria del mundo (pues tal es
la vida de los mundanos sobre que se funda) y, por consiguiente, cuán digna sea
ella de ser hollada y menospreciada.
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