Refiérese, en la vida de San Antonio, que, andando de viaje con otros solitarios, estaban conversando de asuntos edificantes; pero, cómo es muy difícil, por no decir imposible, hablar mucho tiempo sin meterse en la conducta del prójimo, al final del camino, dijo San Antonio a los solitarios: «Muy satisfechos podéis estar por haber viajado en compañía de este buen anciano», y al mismo tiempo, dirigiéndose a un anciano que no había dicho palabra durante el viaje, le dijo. «Y vos, padre mío, ¿habéis tenido buen viaje en compañía de estos solitarios? -No hay duda que son buenos, contesto el anciano, pero no tienen puerta en su casa»; con lo cual quiso dar a entender que no tenían mucho miramiento en sus palabras, y que con frecuencia habían herido la fama del prójimo. Convengamos en que son pocos los que ponen puertas en su casa, es decir, en su boca, para no abrirla en daño del prójimo. ¡Dichoso el que, si no la tiene a su cargo, sabe prescindir de la conducta del prójimo, para no pensar más que en si mismo, en llorar sus culpas y poner todo su esfuerzo en enmendarse!. ¡Dichoso aquel que sólo ocupa su corazón y su mente en lo que a Dios se refiere, y no suelta su lengua sino para pedirle perdón, ni tiene ojos más que para llorar sus pecados! ...
Comentarios
Publicar un comentario