. ¡Tan rara cómo lo son los que merecen el cielo!.

 


En la historia de los Padres del desierto se refiere que cierto religioso había llevado una vida vulgar sin manifestaciones extraordinarias de virtud, pasta el punto que los demás compañeros le tenían por muy imperfecto. Cuando estuvo en trance de muerte, el superior observo que se hallaba tranquilo y contento cual si tuviese va el cielo asegurado. Extrañado al ver tanta paz en aquella hora, y temiendo no fuese eso un estado de ceguera suscitado por el demonio que de esta manera a tantos ha engañado, le dijo: «Hermano mío, paréceme veros muy tranquilo, cual si nada tuvieseis que temer; sin embargo, no recuerdo, en vuestra vida, nada que os pueda inspirar tanta confianza; antes al contrario, el escaso bien que habéis hecho debería llenaros de espanto en esta hora en que los más grandes santos temblaron.» - «Es muy cierto, padre mío, que el bien que he podido ejecutar es poca cosa, casi nada; pero lo que me llena de consuelo en este momento, es que durante toda mi vida me he ocupado en cumplir el gran precepto del Señor, dado a todo el mundo, de no pensar, hablar, ni juzgar oral de nadie: siempre he pensado que mis hermanos obraban mejor que yo, y que yo era el más criminal del mundo; he ocultado y excusado siempre sus defectos, por cuanto esta era la voluntad de Dios; y, puesto que Jesucristo ha dicho: «No juzgues y no serás juzgado», confió ahora ser juzgado favorablemente. Tal es, padre mío, el fundamento de mi esperanza». Admirado el superior, exclamó: «¡Hermosa virtud, cuan preciosa eres a los ojos de Dios!. Vete en paz, hermano mío, grandes cosas has hecho, tienes el cielo asegurado!». ¡Hermosa virtud, cuan rara eres!. ¡Tan rara cómo lo son los que merecen el cielo!.


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