El pecado de impureza es el que domina con más fuerza al hombre. La reincidencia suele ser frecuente, difícilmente llega uno a corregirse cuando está ya dominado por esta pasión de la lujuria.
Y que triste la suerte de un alma, redimida con la sangre de Cristo, sojuzgada por este pecado, impotente para vencerlo. Que triste la suerte de un joven lujurioso.
Tus pasiones te incitarán con fuerza hacia el pecado, el mundo te presentará continuamente lazos para hacerte caer, enemigo el más encarnizado de todos es tu propio cuerpo. La pasión de la lujuria es avasalladora y no deja tan fácilmente su presa.
Si has caído piensa serenamente en las consecuencias qué puede tener tu caída. Purifica tu alma con la confesión y apártate con resolución firme de todas las ocasiones de pecado. Frecuenta los sacramentos para que tu voluntad se robustezca. Vencer esta pasión aún en el caso de que estes dominado por ella es difícil, muy difícil pero no imposible, la palabra imposible no existe en el diccionario cristiano.
La falta de pudor y de modestia es señal de que la flor de la pureza ha perdido su fragancia. El que está dominado por la lujuria no da importancia a esos detalles y a las menudencias en los que consiste la modestia y el pudor. Le parecen cosas ridículas.
La señal más evidente de que nuestra sociedad está corrompida es esa desaprensión de nuestros jóvenes y de nuestras jóvenes en el modo de vestir y de comportarse externamente. Nuestras costumbres han perdido aquel sello de honestidad y recato que antes tenían, porque nuestra juventud no es pura.
El pecado de la lujuria degrada y envilece al hombre y estraga su corazón, una persona dominado por el vició de la impureza no es capaz de sentir los ideales nobles y elevados, no es capaz de entusiasmarse por las cosas grandes y por las empresas desinteresadas, no entiende la belleza de la vírtud...
Nuestra sociedad está corrompida, nuestra juventud está dominada por el vicio de la lujuria...
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