Eres verdaderamente Dios escondido." En ninguna otra obra del divino amor se verifican tan a las claras estas palabras como en este adorable misterio del Santísimo Sacramento, donde Dios verdaderamente está de todo en todo escondido.
En la Encarnación, el Verbo Eterno ocultó divinidad, y apareció en la tierra hecho Hombre; mas residiendo con nosotros en este Sacramento, Jesús esconde también su humanidad, y sólo descubre -dice San Bernardo- las apariencias de pan, para demostrarnos de este modo el tiernísimo amor que nos tiene: Cubre su divinidad, recata su humanidad y sólo aparecen por de fuera las entrañas de su ardentísima caridad.
A vista, pues, del extremo a que llega, ¡oh, amado redentor mío!, el amor que tenéis a los hombres, quedó, Dios mío, fuera de mí, y no sé que decir. Vos por este Sacramento llegáis por amor a esconder vuestra Majestad, y abatir vuestra gloria, y destruir y anonadar vuestra vida divina. Y mientras estáis en los altares, parece que no tenéis otro ejercicio que el de amar a los hombres, y patentizarles el cariño que les profesáis. Y ellos, ¿con qué gratitud lo recompensan, oh, hijo excelso de Dios?
¡Oh Jesús!, ¡oh, amador (permitidme decirlo) excesivamente apasionado de los hombres, pues veo que anteponéis su bien a vuestra misma honra! ¿No sabéis acaso a cuántos desprecios había de exponeros vuestro amoroso designio? Veo, y mucho mejor lo veíais Vos, que la mayuor parte de los hombres no os adora, ni os quiere reconocer por lo que sois en este Sacramento.
Sé que muchas veces esos mismos hombres han llegado a pisar las Hostias consagradas, y a arrojarlas por tierra, y en el agua y en el fuego. Y veo también que la mayor parte de los que en Vos creen, en vez de reparar con sus obsequios tantos ultrajes, o vienen a los templos a disgustaros más con sus irreverencias, u os dejan olvidado en los altares, desprovistos a veces hasta las luces, o de los necesarios ornamentos.
¡Ah, si yo pudiese, dulcísimo Salvador mío, lavar con mis lágrimas, y aun con mi sangre, aquellos infelices lugares en que fue tan ultrajado en este Sacramento vuestro amor y vuestro amantísimo Corazón! Mas si tanto no se me concede, a lo menos deseo y propongo, Señor mío, visitaros a menudo para adoraros, en reparación de los ultrajes que recibís de los hombres en este divinísimo misterio.
Aceptad, ¡oh Eterno Padre!, este cortísimo obsequio, que en desgravio de las injurias hechas a vuestro Hijo Sacramentado os tributa hoy el más miserable de los hombres. Aceptadlo en unión de aquella honra infinita que os dio Jesucristo en la Cruz, y os da todos los días en el Santísimo Sacramento. ¿Oh, si pudiese lograr, Jesús mío Sacramentado, que todos los hombres estuviesen enamorados del Santísimo Sacramento!
Jaculatoria. ¡Oh, amable Jesús!, haced que todos os conozcan y os amen.
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