nuestra alma en el porvenir será eterna

 


Si, nuestra alma en el porvenir será eterna como el mismo Dios. No vayamos más lejos, uno se pierde en este abismo de grandeza. Atendiendo únicamente a esto, os invito a pensar si deberemos admirarnos de que Dios, perfecto conocedor de su muerte, llorase tan amargamente la perdida de un alma. Y podéis considerar también cual habrá de ser nuestra diligencia por conservar todas sus bellezas. Es tan sensible Dios a la pérdida de un alma, que la lloro antes que tuviese ojos para derramar lágrimas; valiose de los ojos de sus profetas para llorar la perdida de nuestras almas. Bien manifiesto lo hallamos en el profeta Amos. «Habiéndome retirado a la obscuridad, nos dice, considerando la espantosa multitud de crímenes que el pueblo de Dios cometía cada día, viendo que la cólera de Dios estaba a punto de caer sobre él y que el infierno abría sus fauces para tragárselo, los congregue a todos, y temblando de pavor, les dije, en medio de amargas lágrimas: ¡Hijos míos!, ¿sabéis en que me ocupo noche y día?. ¡Ay!, me estoy representando vivamente vuestros pecados, en medio de la mayor amargura de mi corazón. Si por fuerza..., rendido por la fatiga, llego a adormecerme, al punto vuelvo a despertar sobresaltado, exclamando, con los ojos bañados en lágrimas y el corazón partido de dolor: Dios mío, Dios mío, ¿habrá en Israel algunas almas que no os ofendan. Cuando esta triste y deplorable idea llena mi imaginación, expreso al Señor mis sentimientos, y gimiendo amargamente en su Santa presencia, le digo: ¡Dios mío!, que medio hallare para obtener el perdón de ese pueblo infeliz?. Oíd lo que me ha contestado el Señor: Profeta, si quieres alcanzar el perdón de ese pueblo ingrato, ve, corre por las calles y las plazas; haz resonar en ellas los más amargos llantos y gemidos; entra en las tiendas de los comerciantes y artesanos; llégate hasta los lugares donde se administra justicia; sube a la cámara de los grandes y entra en el gabinete de los jueces; di a todos cuántos hallares dentro y fuera de la ciudad: «¡Infelices de vosotros !, ¡infelices de vosotros, que pecasteis contra el Señor!».Aún no hay bastante con esto; buscaras el auxilio de cuántos sean capaces de llorar, para que unan sus lágrimas a las tuyas, sean vuestros gritos y gemidos tan espantosos que llenen de consternación los corazones de los que os oigan, para que así abandonen el pecado y lo lloren hasta la sepultura, y con esto comprendan cuanto me duele la perdida de sus almas».


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