Tres son esos medios, como dicen los maestros espirituales con san Bernardino: el ayuno, la fuga de las ocasiones y la oración. Por ayuno se entiende la mortificación, sobre todo de los ojos y de la gula. María Santísima, aunque llena de gracias, tenía que ser mortificada en las miradas sin fijar los ojos en nadie, de modo que era la admiración de todos desde su tierna infancia. Toda su vida fue mortificada en el comer. Afirma san Buenaventura que no hubiera acumulado tanta gracia si no hubiera sido morigerada en los alimentos, pues no se compaginan la gracia y la gula. En suma, María fue mortificada en todo.
El segundo medio es la fuga de las ocasiones. El que evita los lazos andará seguro. Decía por esto san Felipe Neri: En la guerra de los sentidos vencen los cobardes, es decir, los que huyen de la ocasión. María rehuía cuanto era posible ser vista por los hombres. Eso parece deducirse también de lo que dice san Lucas:
“Marchó aprisa a la montaña”.
El tercer medio es la oración: “Pero comprendiendo que no podía poseer la
Sabiduría si Dios no me la daba..., recurrí al Señor. Y le pedí” (Sb 8, 21). Reveló la Santísima Virgen a santa Isabel, benedictina, que no tuvo ninguna virtud sin esfuerzo y oración. Dice san Juan Damasceno que María es pura y amante de la pureza. Por eso no puede soportar a los impuros. El que a ella recurre, ciertamente se verá libre de este vicio con sólo nombrarla lleno de confianza. Decía san Juan de Ávila que muchos tentados contra la castidad, con sólo recordar con amor a María Inmaculada, han vencido.
María, Virgen pura, ¡cuántos se habrán perdido por este vicio! Señora, líbranos. Haz que en las tentaciones siempre recurramos a ti diciendo: María, María, ayúdanos. Amén.
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