María con José y su Hijo en Egipto



Vivieron en Egipto con estrecheces durante aquellos años. Eran forasteros desconocidos, sin rentas, sin dinero, sin parientes. Apenas podían sustentarse con sus modestos trabajos. Dice san Basilio: Como eran pobres, es evidente que tenían que ganar lo necesario para la vida con el sudor de sus frentes. Opina Landolfo de Sajonia –y sirva esto para consuelo de los pobres– que María está tan en pobreza que alguna vez pasaron hambre sin tener alimento que darle al Hijo.

Refiere san Mateo que, muerto Herodes, de nuevo se le apareció en sueños el ángel a san José y le dijo que volviera a Judea. Hablando san Buenaventura de este viaje, piensa que la Santísima Virgen padeció más que en el primero, por el cansancio que debió sufrir Jesús, en edad de unos siete años, pues a esa edad era lo suficientemente grande como para no poderlo llevar en brazos, pero tan pequeño que le resultaba muy difícil el camino.

Ver a Jesús y María con san José andar por el mundo como errantes y fugitivos nos debe mover a vivir también en la tierra como peregrinos, sin apegarnos a los bienes que el mundo nos ofrece, como quienes pronto lo tendremos que dejar todo y pasar a la vida eterna. “No tenemos aquí ciudad permanente, sino que anhelamos la futura” (Hb 13, 14). A lo que añade san Agustín: Eres huésped, mira y pasa.

Nos enseña además a abrazar la cruz, pues no se puede vivir en este mundo sin cruces. La beata Verónica de Binasco, agustina, fue en espíritu a acompañar a María con el niño Jesús y san José en este viaje desde Egipto, y al fin del mismo le dijo la Madre de Dios: Hija, has visto los trabajos que hemos pasado en este viaje; ten presente que nadie recibe gracias sin padecer. El que desee sentir alivio en los padecimientos de esta vida, es necesario que vaya en compañía de Jesús y María. “Toma al niño y a su madre”. A quienes llevan en su corazón con amor a este Hijo y a esta Madre, se les hacen ligeras, dulces y amables todas las penas. Amemos y consolemos a María acogiendo dentro de nuestros corazones a su Hijo, que también ahora es perseguido y maltratado por los hombres con sus pecados.


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