Llámase a este sacramento «Pan de los Ángeles»,

 


Digo también que debemos presentarnos con vestidos decentes; no pretendo que sean trajes ni adornos ricos, más tampoco deben ser descuidados y estropeados: a menos que no tengáis otro vestido, habéis de presentaros limpios y aseados. Algunos no tienen con que cambiarse; otros no se cambian por negligencia. Los primeros en nada faltan, ya que no es suya la culpa, pero los otros obran mal, ya que ello es una falta de respeto a Jesús, que con tanto placer entra en su corazón. Habéis de venir bien peinados; con el rostro y las manos limpias; nunca debéis comparecer a la Sagrada Mesa sin calzar buenas o malas medias. Mas esto no quiere decir que apruebe la conducta de esas jóvenes que no hacen diferencia entre acudir a la Sagrada Mesa o, concurrir a un baile; no se cómo se atreven a presentarse con tan vanos y frívolos atavíos ante un Dios humillado y despreciado. ¡Dios mío, Dios mío, que contraste!...

La tercera disposición es la pureza del cuerpo. Llámase a este sacramento «Pan de los Ángeles», lo cual nos indica que, para recibirlo dignamente, hemos de acercarnos todo lo posible a la pureza de los Ángeles. San Juan Crisóstomo nos dice que aquellos que tienen la desgracia de dejar que su corazón sea presa de la impureza, deben abstenerse de comer el Pan de los Ángeles pues, de lo contrario, Dios los castigaría. En los primeros tiempos de la Iglesia, al que pecaba contra la santa virtud de la pureza se le condenaba a permanecer tres años sin comulgar; y si recaía, se le privaba de la Eucaristía durante siete años. Ello se comprende fácilmente, ya que este pecado mancha el alma y el cuerpo. El mismo San Juan Crisóstomo nos dice que la boca que recibe a Jesucristo y el cuerpo que lo guarda dentro de sí, deben ser más puros que los rayos del sol. Es necesario que todo nuestro porte exterior de, a los que nos ven, la sensación de que nos preparamos para algo grande.

Habréis de convenir conmigo en que, si para comulgar son tan necesarias las disposiciones del cuerpo, mucho más lo habrán de ser las del alma, a fin de hacernos merecedores de las gracias de Jesucristo nos trae al venir a nosotros en la Sagrada Comunión. Si en la Sagrada Mesa queremos recibir a Jesús en buenas disposiciones, es preciso que nuestra conciencia no nos remuerda en lo más mínimo, en lo que a pecados graves se refiere; hemos de estar seguros de que empleamos en examinar nuestros pecados el tiempo necesario para poderlos declarar con precisión; tampoco debe remordernos la conciencia respecto a la acusación que de aquellos hemos hecho en el tribunal de la Penitencia, y al mismo tiempo hemos de mantener un firme propósito de poner, con la gracia de Dios, todos los medios para no recaer; es preciso estar dispuesto a cumplir, en cuanto nos sea posible hacerlo, la penitencia que nos ha sido impuesta. Para penetrarnos mejor de la grandeza de la acción que vamos a realizar, hemos de mirar la Sagrada Mesa cómo el tribunal de Jesucristo, ante el cual vamos a ser juzgados.

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