En segundo lugar, hay que tener presente que no basta parecer virtuoso a los ojos del mundo, sino que debemos tener la virtud en el corazón. Si me preguntáis ahora, cómo podremos conocer la verdadera virtud, cómo estaremos ciertos de que ella nos habrá de llevar al cielo, Aquí vais a verlo: atended bien, grabad en vuestro corazón estas enseñanzas, para que así podáis conocer el mérito y la bondad de cada una de vuestras acciones.
Para que una obra sea agradable a Dios, debe reunir tres condiciones: primera, que sea interior y perfecta; segunda, debe ser humilde y sin atender a la propia estimación; tercera, debe ser constante y perseverante. Si en todos vuestros actos halláis estas tres condiciones, tened la seguridad de que trabajáis para el cielo.
I.-Hemos dicho que debe ser interior no basta con que aparezca al exterior. Es preciso que radique en el corazón, y que únicamente la caridad sea su principio y su alma, pues nos dice San Gregorio que todo cuanto pide Dios de nosotros ha de tener por fundamento el amor que le debemos. Nuestro exterior, pues, no debe ser más que un instrumento para manifestar lo que pasa en nuestro interior. Así, pues, siempre que nuestros actos no reconocen por origen un movimiento del corazón, obramos hipócritamente a los ojos de Dios.
Al mismo tiempo decimos que la virtud ha de ser perfecta: o sea, que no hay bastante con aficionarnos a la práctica de algunas virtudes porque se avienen con nuestras inclinaciones; debemos practicarlas todas, es decir, todas las compatibles con nuestro estado. Nos dice San Pablo que, para nuestra santificación, debemos hacer abundante provisión de toda clase de buenas obras. Según esto, veremos que hay muchas personas que se engañan en la práctica del bien, y van derechos al infierno. Son muchos los que ponen toda su confianza en alguna virtud, la cual practican porque su inclinación los lleva a ello; por ejemplo : una madre vivirá muy confiada porque reparte algunas limosnas, practica con asiduidad sus oraciones, frecuenta los sacramentos, y hasta lee libros piadosos; pero ella misma ve sin inquietarse cómo sus hijos van dejando las practicas de piedad y se apartan de los sacramentos. Sus hijos no cumplen con la Pascua; más su madre les permite concurrir a veces a lugares de placer, a bailes, a bodas, a reuniones mundanas; le gusta que sus hijas figuren en sociedad, pues cree que, si no frecuentan esos sitios mundanos, pasaran inadvertidas y no tendrán ocasión de colocarse ventajosamente. No hay duda que así pasarían más inadvertidas, pero para los libertinos; no tendrían ocasión de establecerse con aquellos que después las van a maltratar cual viles esclavas. Mas lo que preocupa a esa madre es verlas bien acomodadas, verlas en compañía de jóvenes de posición. Y con esto y algunas oraciones y buenas obras que práctica, la infeliz se figura andar por el camino del cielo. Pobre madre, sois una ciega, una hipócrita; no poseéis más que una apariencia de virtud. Andáis confiada porque practicáis la visita al Santísimo Sacramento: no hay duda que es ello una obra buena; pero vuestra hija está en el baile, vuestra hija se deja ver en el café en compañía de gente libertina, de cuyas bocas salen con frecuencia las más inmundas torpezas; vuestra hija, por la noche, está donde no debiera estar. Vamos, madre ciega y reprobada, salir de aquí, dejad vuestras oraciones; ¿ no veis que vuestra conducta se asemeja a la de los judíos, quienes doblaban la rodilla ante Jesús, sólo para simular que le adoraban?. ¡Venís a adorar al buen Dios, mientras vuestros hijos están a punto de crucificarle!. ¡Pobre ciega!, no sabéis ni lo que decís, ni lo que hacéis; vuestra oración no es más que una injuria inferida a Dios Nuestro Señor. Comenzad saliendo en busca de vuestra hija que está perdiendo su alma; después podréis venir aquí para implorar de Dios vuestra conversión.
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