Maria renovó a cada instante la entrega de su Hijo

 


No concluyó aquí el dolor de esta ofrenda, ya que, desde el primer momento y durante toda la vida de su Hijo, María tuvo ante sus ojos la muerte y todos los sufrimientos que debían acompañarle, y cuanto más iba descubriendo en él lo hermoso, lleno de gracia y amable que era, más se acrecentaba la angustia de su corazón... Madre dolorosa, si hubieras amado menos a tu Hijo y ese tu Hijo hubiera sido menos digno de amor o no te hubiera amado tanto, menor hubiera sido tu dolor al ofrecerlo en sacrificio. Pero ni hubo ni habrá madre que ame a su hijo tanto como tú, porque ni hubo ni habrá hijo más amable y que más quisiera a su madre que tu hijo Jesús. Oh Señor, si nosotros hubiéramos conocido la hermosura, la majestad del semblante de aquel divino niño, ¿hubiéramos tenido valor para sacrificar su vida por nuestra salvación? Y tú, oh María, que eres su madre, y madre que tanto lo amas, ¿cómo es que pudiste ofrecer a tu hijo inocente por la salvación de los hombres y ofrecerlo a una muerte la más dolorosa y cruel que hubiera podido padecer un hombre en la tierra?

¡Qué cuadro tan desolador desde aquel día le representaría ante los ojos de María el amor que profesaba a su Hijo! ¡Presentir aquellos escarnios y desprecios que había de sufrir su pobre Hijo! El amor se lo representaría ya agonizante en el huerto, ya lacerado por los azotes o coronado de espinas en el pretorio y, sobre todo, viéndolo clavado en un leño ignominioso en el calvario. Mira, oh Madre, parece que le dijera su amor; mira al Hijo tan amable e inocente que ofreces a tantas penas y a muerte tan horrible. ¿De qué te servirá librarlo de las manos de Herodes si lo guardas para un fin tan lastimoso?

De modo que María no ofreció en el templo tan sólo a su Hijo a la muerte, sino que lo ofreció a cada instante, como le reveló a santa Brígida, que este dolor que le anunció el anciano Simeón no se apartó de su corazón hasta su asunción en el cielo. Por eso le dice san Anselmo: “Señora, yo no puedo creer que hubieras podido sobrevivir con tal dolor ni un solo momento si el mismo Dios, dador de vida, no te hubiera sostenido con su fuerza todopoderosa”. Mas hablando san Bernardo de esa extrema aflicción que se apoderó de María en esta fecha, dice que desde entonces vivía muriendo a cada instante, pues a cada momento le asaltaba el dolor de la muerte de su amado Jesús, que era dolor más cruel que la misma muerte.


Comentarios