Cuentan diversos autores que antes de ser asunta al cielo, milagrosamente se encontraron junto a María los apóstoles y no pocos discípulos venidos de diversos países por donde andaban dispersos. Y que ella, viendo a sus amados hijos reunidos en su presencia les habló así: “Amados míos, por amor a vosotros y para que os ayudara, mi divino Hijo me dejó en la tierra. Ahora ya la fe santa se ha esparcido por el mundo, ya ha crecido el fruto de la divina semilla, por lo que viendo mi Hijo que no era necesaria mi presencia en la tierra y compadecido de mi añoranza escuchó mis deseos de salir de esta vida y de ir a verlo en el cielo. Seguid vosotros esforzándoos por su gloria. Os dejo, pero os llevo en el corazón; conmigo llevo y siempre estará conmigo el gran amor que os tengo. Voy al paraíso a interceder por vosotros”.
Ante noticias tan tristes, ¿quién podrá imaginar las lágrimas y los lamentos de aquellos santos discípulos pensando que dentro de poco se iban a ver separados de aquella madre suya? ¿Así que nos quieres dejar, oh María? Es verdad que esta tierra no es lugar digno y propio para ti y nosotros no somos dignos de disfrutar de la compañía de la Madre de Dios, pero recuerda que eres nuestra madre; has sido nuestra maestra en las dudas, nuestra consoladora en las angustias, nuestra fortaleza en las persecuciones. ¿Y cómo nos quieres ahora abandonar dejándonos solos sin tu protección en medio de tantos enemigos y de tanta batallas? Ya habíamos perdido en la tierra a nuestro maestro y padre Jesús que subió a los cielos, pero nosotros hemos seguido recibiendo tus consuelos. ¿Cómo vas a dejarnos ahora sin padre y sin madre? Señora, o quédate con nosotros o llévanos contigo. Así lo refiere san Juan Damasceno: “No hijos míos –comenzó a hablarles dulcemente la amabilísima Señora–, no es ése el querer de Dios. Estad contentos cumpliendo lo que él ha dispuesto sobre mí y sobre vosotros. A vosotros os corresponde seguir trabajando por la gloria de vuestro Redentor y para ganar la eterna corona. No os dejo porque quiera abandonaros, sino para ayudaros mejor con mi intercesión y protección en el cielo ante Dios. Quedad contentos. Os encomiendo a la santa Iglesia; os recomiendo las almas redimidas; que éste sea el postrer adiós y el recuerdo que os dejo; cumplidlo si me amáis, sacrificaos por las almas y por la gloria de mi Hijo para que un día nos encontremos de nuevo unidos en el paraíso para no separarnos por toda la eternidad”.
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