En primer lugar, no hay duda de que el apego a los bienes terrenales hace amarga y llena de miserias la muerte de los mundanos, como lo atestigua el Espíritu Santo: “Oh muerte, qué amargo es tu recuerdo para el hombre que vive en paz entre sus bienes, para el varón desocupado a quien todo le va bien” (Ecclo 41, 1). Mas porque los santos mueren desprendidos de los bienes del mundo, su muerte no es amarga, sino dulce, amable y preciosa, esto es –como explica san Bernardo–, digna de comprarse a gran precio. “Dichosos los muertos que mueren en el Señor” (Ap 14, 13). ¿Quiénes son esos muertos que mueren estando ya muertos? Son precisamente las almas afortunadas que pasan a la eternidad estando ya despegadas y como muertas a todos los afectos desordenados a las cosas de la tierra; las que han encontrado en Dios todo su bien, como lo había encontrado san Francisco de Asís, que exclamaba: “Mi Dios y mi todo”. Pero ¿quién estuvo jamás más desprendida de las cosas del mundo y más unida a Dios que la Virgen María?
Estuvo desprendida de las riquezas viviendo siempre pobre, sustentándose con el trabajo de sus manos. Vivió desprendida de los honores, humilde y escondida, aunque era la Reina por ser Madre del Rey de Israel.
Vio san Juan a María representada en aquella mujer vestida de sol y con la luna bajo sus pies: “Apareció una gran señal en el cielo: una mujer vestida de sol y la luna bajo sus pies” (Ap 12, 1). Por luna entienden los comentaristas los bienes de esta tierra, que son caducos como mengua la luna. Todos esos bienes nunca ocuparon el corazón de María, sino que siempre los menospreció y los tuvo bajo sus pies. Vivió en este mundo como solitaria palomita en un desierto, sin afecto desordenado a cosa alguna; como de ella se dijo: “SE ha oído la voz de la tórtola en nuestra tierra” (Ct 2, 12). Y en otro pasaje se dice: “¿Quién es ésta que sube por el desierto?” (Ct 3, 6). A lo que añade Ruperto: “Subiste por el desierto porque tenías el alma siempre recogida”. María, siempre y del todo deparada del apego a las cosas terrenas y unida del todo a Dios, pasó de esta tierra a la gloria, no con amargura, sino contenta y dichosa porque iba a unirse a Dios con lazo eterno en el paraíso.
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