¡Ah, Jesús mío! Toda vuestra vida empleasteis en salvar mi alma; ni un solo momento dejasteis de ofreceros por mí al Eterno Padre para alcanzarme perdón y salvación... Y yo, al cabo de tantos años de vida en el mundo, ¿cuántos he empleado en serviros? ¡Todos los recuerdos de mis actos me traen remordimientos de conciencia! El mal fue mucho. El bien,
poquísimo y lleno de imperfecciones, de tibieza, amor propio y distracción. ¡Ah, Redentor mío, he sido así porque olvidé lo que por mí hicisteis! Os olvidé, Señor, pero Vos no me olvidasteis, sino que vinisteis a buscarme y me ofrecisteis vuestro amor repetidas veces, mientras yo huía de Vos.
Aquí estoy,
¡oh buen Jesús!, no quiero resistir más, ni pensar que me abandonaréis.
Duélome, ¡oh
Soberano Bien!, de haberme separado de Vos por el pecado. Os amo, Bondad
infinita, digna de infinito amor. No permitáis que vuelva a perder el tiempo que vuestra misericordia me concede. Acordaos siempre, amado Salvador mío, del amor que me tenéis y de los dolores que por mí padecisteis.
Haced que de todo me olvide en esta vida que me queda, excepto de pensar sólo en amaros y complaceros. Os amo, Jesús mío, mi amor y mi todo. Y os prometo hacer frecuentísimos actos de amor. Concededme la santa perseverancia, como espero confiadamente, por los merecimientos de vuestra preciosa Sangre...
Y en vuestra
intercesión confío, ¡oh María, mi querida Madre!
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