Por lo demás, es bien sabido que el Hijo de Dios vino al mundo más para salvar a María que a todos los demás hombres, como escribe san Bernardino de Siena. Y existiendo dos modos de salvar, como señala san Agustín, uno, levantando al caído, y otro proveyendo para que no caiga, éste es evidentemente el modo más excelente; de esta manera se evita el daño y la mancha que contrae el que ha caído en pecado. Este es el modo más noble de ser salvado y el más apropiado a la Madre de Dios. Así es necesario creer que fue salvada María. Lo dice san Buenaventura: “Justo es creer que el Espíritu Santo la salvó y la preservó del pecado original desde el primer instante de su concepción con una gracia del todo singular”. El cardenal Cusano dice: “Unos tuvieron quien los libró, pero la Virgen tuvo quien del pecado la inmunizó”. Los otros tuvieron un Redentor que los libró del pecado, pero la Santísima Virgen tuvo al Redentor que, por ser su Hijo, la libró de contraer el pecado.
En fin, concluyamos este punto con la sentencia de Hugo de San Víctor: “El Cordero fue como la Madre, porque todo árbol se conoce por su fruto”. Si el Cordero fue siempre inmaculado, siempre inmaculada tuvo que ser también la Madre. Este mismo doctor saluda a María llamándola así: “¡Oh excelsa Madre de Dios altísimo, digna Madre del que es más digno, la Madre más hermosa del Hijo más hermoso!” Quería decir que sólo María es digna Madre de tal Hijo, como sólo Jesús es digno Hijo de tal Madre. Digámosle con san Ildefonso: “Amamanta, oh María, amamanta a tu Creador; amamanta al que te hizo tan pura y perfecta que mereciste tomara de ti tu condición humana.
Comentarios
Publicar un comentario