Convino, en primer lugar, al eterno Padre, hacer que María fuese creada inmune de toda mancha original porque ella era su hija primogénita como ella misma lo atestiguó: “Yo salí de la boca del Altísimo como primogénita antes de toda criatura” (Ecclo 24, 5). A la Virgen María aplican este pasaje los sagrados intérpretes, los santos padres y la misma Iglesia en la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Puesto que, ya se la considere primogénita en cuanto fue predestinada con su Hijo en los divinos decretos antes de todas las criaturas, ya se la considere como primogénita de la gracia, como predestinada a ser Madre del Redentor después de la previsión del pecado, todos están de acuerdo en llamarla la primogénita de Dios.
Por lo cual fue más conveniente que María jamás fuera esclava de Lucifer
sino poseída siempre y en absoluto por su Creador, como en efecto sucedió, ella misma lo dijo: “El Señor me poseyó como primicia de su camino, antes de sus obras más antiguas” (Pr 8, 22). Con razón la llama Dionisio, patriarca de Alejandría, la única hija de la vida, a diferencia de las demás, que, naciendo en pecado, son hijas de la muerte.
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