Refiere el P. Carlos Bovio que en Dormans, Francia, vivía un casado que andaba en tratos deshonestos con otra mujer. Su esposa, no pudiendo soportarlo, no hacía más que pedir a Dios que los castigase. En especial un día en una iglesia, ante el altar de la Santísima Virgen, se puso a pedir venganza contra la mujer que le robaba el marido. Precisamente ante esta imagen iba todos los días, a rezarle un Ave María, la otra mujer pecadora.
Una noche, en sueños, se le presentó a la esposa, la Madre de Dios. Al
verla comenzó con la cantinela de siempre: “Justicia, Madre de Dios, justicia”. La Virgen le respondió: “¿Justicia? ¿A mí me pides justicia? Busca otro que te la haga, que yo no puedo. Has de saber, que esa pecadora todos los días me dirige una oración tan de mi agrado que no puedo consentir que quien así me reza sufra o sea castigado por sus pecados”.
Por la mañana, fue la esposa a la Santa Misa en aquella iglesia de la Virgen; y al salir, se encontró con la amiga de su marido; al verla comenzó a injuriarla, diciéndole entre otras cosas que era una hechicera, que con sus encantamientos había llegado a encantar a la Virgen Santísima. “¡Calla! ¿Qué dices?”, le decía la gente. “¿Cómo me voy a callar? –les respondía ella–, lo que digo es la pura verdad. Se me ha aparecido la Señora y, al pedirle yo que me hiciera justicia, me ha respondido que no me la podía hacer por un saludo especial que esta malvada le recita todos los días”. Le preguntaron cuál era el saludo que le recitaba a la Madre de Dios todos los días. Ella respondió que era el Ave María. Pero al darse cuenta que por aquella pequeña devoción se mostraba la Virgen tan misericordiosa, fue enseguida a postrarse a los pies de aquella santa imagen, y allí mismo, pidiendo perdón a todos, hizo voto de perpetua castidad. Además se hizo un hábito de monja y se fabricó una pequeña habitación cerca de la iglesia, donde se recluyó y perseveró en continua penitencia hasta la muerte.
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