He dicho, en quinto lugar, que, para tener la suerte de conservar la gracia recibida en el sacramento de la Penitencia, hemos de practicar la mortificación: este es el camino que siguieron todos los santos. O castigáis vuestro cuerpo de pecado, o no permaneceréis mucho tiempo sin recaer. Ved al santo rey David : para pedir a Dios la gracia de perseverar, castigó su cuerpo durante toda su vida. Ved a San Pablo; quien nos dice que trataba a su cuerpo como a un caballo. Ante todo, no hemos de dejar pasar comida alguna sin abstenernos de algo, para que, al fin de la misma, podamos ofrecer a Dios alguna privación. Las horas de dormir, de cuando en cuando debemos cercenarlas un poco. Cuando sentimos la comezón de hablar y
desearnos decir algo, privémonos de ello en obsequio a Nuestro Señor. Ahora bien, ¿quiénes hay que tomen todas estas precauciones cuya importancia. os acabo de anunciar? ¿Dónde están? ¡Cuán raros son ellos!, ¡cuán reducido es su número! Mas también son raros los que, habiendo recibido el perdón de sus pecados, perseveran en el feliz estado en que el sacramento de la Penitencia los pusiera. ¡Ay! Dios mío, ¿dónde iremos a buscarlos? Entre los que me escuchan, ¿existen algunos de esos cristianos dichosos?
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