María es bondadosa, sobre todo, con los pecadores



Cuando los samaritanos rehusaron recibir a Jesucristo y su doctrina, dijeron Santiago y san Juan a su Maestro: “¿Quieres, Señor, que mandemos fuego del cielo que los devore?” Pero el Salvador les respondió: “No sabéis a qué espíritu pertenecéis” (Lc 9, 55). Como si dijera: Yo soy piadoso y dulce, por lo que he bajado del cielo para salvar a los pecadores, no para castigarlos; y ¿vosotros queréis verlos condenados? ¿Qué fuego? ¿Qué castigo? Callad, no me habléis de castigos, que ése no es mi espíritu. De igual modo María, que tiene el alma del todo semejante a la de su Hijo, estamos seguros que está siempre inclinada a tener misericordia, porque, como dice santa Brígida es llamada la Madre de la misericordia; y la misma misericordia de Dios la hace tan piadosa y dulce para con todos. Por eso a María la vio san Juan, vestida del sol: “Apareció una señal grande en el cielo, una mujer vestida de sol” (Ap 12, 1). Sobre lo cual, dice san Bernardo dirigiéndose a la Virgen: “Vistes al sol y con él te vistes”. Has vestido al sol, al Verbo de Dios, con carne humana; mas él te ha vestido a ti con su poder y misericordia.

Es tan piadosa y benigna esta Reina, que, al decir de san Bernardo, cuando se le acerca un pecador para encomendarse a su piedad, no se pone a examinar sus méritos, ni si es digno o no de ser oído, sino que sin más lo atiende y lo socorre. Por lo cual, reflexiona san Ildeberto, que está bien decir de María que es bella como la luna (Ct 6, 9); porque como la luna ilumina y beneficia los cuerpos más humildes de la tierra, así María ilumina a los pecadores más indignos. “Hermosa como la luna, porque es hermoso hacer beneficios a los indignos”, dice san Ildefonso. Y aunque la luna toma toda su luz del sol, actúa antes que el sol, piensa un autor. También dice san Anselmo: “Más pronto se consigue, a veces, nuestra salvación invocando el nombre de María, que invocando el nombre de Jesús”. Por eso nos exhorta Hugo de San Víctor, para que, si nuestros pecados nos hacen temer el acercarnos a Dios, porque él es la majestad infinita que hemos ofendido, no temamos sin embargo recurrir a María, porque en ella nada encontraremos que nos asuste. Es verdad que ella es santa e inmaculada, que es la Reina del mundo y la Madre de Dios; pero al mismo tiempo es de nuestra carne, hija de Adán como nosotros.

Finalmente, dice san Bernardo, todo lo que hay en María respira gracia y

piedad, porque ella, como Madre de piedad, es toda para todos, y por su gran caridad, se pone a disposición de todos, justos y pecadores; y abre el seno de su misericordia para que todos gocen de su plenitud. Y si el demonio, como dice san Pedro, “anda siempre merodeando, buscando a quién devorar” (1P 5, 8), todo lo contrario, dice Bernardino de Bustos, es lo que hace María, que “anda siempre buscando cómo dar la vida y salvar a todos los que pueda”.


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