He dicho que el cristiano debe estar entre la desesperación y la esperanza. Digo la esperanza, considerando la grandeza de la misericordia del Señor, el deseo que El tiene de hacernos felices, lo que ha hecho para merecernos el cielo. Animados por un pensamiento tan consolador, nos dirigiremos a El con gran confianza, y, como San Bernardo, le diremos: « Dios mío, esto que os pido no lo he merecido, mas lo merecisteis Vos por mí. Si me lo concedéis, es solamente porque sois bueno y misericordioso». Animado por estos sentimientos, ¿qué hace un cristiano? Vedlo aquí. Penetrado del más vivo reconocimiento, toma la resolución firme de no ultrajar jamás a un Dios que acaba de otorgarle el perdón. Tal es la oración a que quiero referirme como cosa absolutamente necesaria para obtener el perdón y el don precioso de la perseverancia.
En cuarto lugar, hemos dicho que, para tener la dicha de conservar la gracia de Dios, debíamos frecuentar los sacramentos.
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