No nos admire que los Santos, que conocían la magnitud del pecado, prefirieran sufrir cuanto pudo inventar el furor de los tiranos, antes que caer en él. Vemos de ello un admirable ejemplo en Santa Margarita. Al ver su padre, sacerdote idólatra de gran reputación, que era cristiana y que no lograba hacerle renunciar a su religión, la maltrató de la manera más indigna y arrojóla después de su casa. No se desanimó por ello Margarita, sino que, a pesar de la nobleza de su origen, resignose a llevar una vida humilde y oscura al lado de su nodriza, la cual, ya desde su infancia, le había inspirado las virtudes cristianas. Cierto prefecto del pretorio llamado Olybrio, prendado de su belleza, mandó que fuese conducida a su presencia, a fin de inducirla a renegar de su fe, para casarse después con ella. A las primeras preguntas del prefecto, le respondió que era cristiana, y que permanecería constantemente esposa de Cristo, Irritado Olybrio por la respuesta de la Santa, mandó, a los verdugos la despojasen de sus vestiduras y la tendiesen sobre el potro de tormento. Puesta allí, la hizo azotar con varas, con tanta crueldad que la sangre manaba de todos sus miembros. Mientras se la atormentaba, la invitaban a sacrificar a los dioses del imperio, representándole cómo su tenacidad le haría peder su hermosura y su vida. Pero, en medio de los tormentos, ella exclamaba: «No, no, jamás por unos bienes perecederos y por unos placeres vergonzosos dejaré a mi Dios. Jesucristo, que es mi esposo, me tiene bajo su cuidado, y no me abandonará». Al ver el juez aquel valor, al que él llamaba terquedad, hízola golpear tan cruelmente que, a pesar de sus bárbaros sentimientos, veíase obligado a apartar la vista del espectáculo. Temiendo que ella no sucumbiese a tales tormentos, ordenó conducirla a la prisión. Allí aparecióse a la joven el demonio en forma de dragón que parecía quererla devorar. La Santa hizo la señal de la cruz, y el dragón reventó a sus pies. Después de aquella terrible lucha vió una cruz brillante como un foco de luz, encima de la cual volaba una paloma de admirable blancura. Con ello sintióse la Santa en gran manera fortalecida. Pasando algún tiempo, viendo aquel juez inicuo que, a pesar de las torturas, de las que los mismos verdugos estaban asustados, nada podía lograr de ella, mandóla degollar.
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