las tentaciones más dignas de temerse y que pierden mayor numero de almas de lo que se cree: son los pequeños pensamientos de amor propio, los pensamientos acerca de la propia estimación, los pequeños aplausos para todo cuanto se hace, el gusto que nos causa lo que de nosotros se dice. Reproducimos todo esto infinidad de veces en nuestra mente, nos gusta ver las personas a quienes hemos favorecido, pareciéndonos que ellas lo tienen siempre presente y que forman de nosotros buena opinión; nos sentimos satisfechos cuando alguien se encomienda en nuestras oraciones; estamos ávidos de saber si se ha alcanzado lo que para los demás hemos pedido a Dios. Esta es una de las más rudas tentaciones del demonio; por esto os digo, que debemos vigilar mucho sobre nosotros mismos, pues el demonio es muy astuto; y tal consideración debe llevarnos a pedir a Dios, todos los días por la mañana, que nos otorgue la gracia de conocer bien cuándo el demonio se acerca a nosotros para tentarnos. ¿Por qué cometemos el mal con tanta frecuencia sin darnos cuenta de nuestros yerros hasta después de cometidos? Pues por no haber por la mañana suplicado a Dios esta gracia, o por habérsela pedido mal.
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