Al establecer la Iglesia los días de ayuno y abstinencia, lo hizo para recordarnos que, pecadores como somos, debemos hacer penitencia, si queremos que Dios nos perdone; y aun más, podemos decir que el ayuno y la penitencia empezaron con el mundo. Mirad a Adán; ved a Moisés que ayunó cuarenta días. Ved también a
Jesucristo, que era la misma santidad, retirarse por espacio de cuarenta días en un desierto sin comer ni beber, para manifestarnos hasta qué punto nuestra vida debe ser una vida de lágrimas, de mortificación y de penitencia. ¡Desde el momento en que un cristiano abandona las lágrimas, el dolor de sus pecados y la mortificación, podemos decir que de él ha desaparecido la religión! Para conservar en nosotros la fe, es preciso que estemos siempre ocupados en combatir nuestras inclinaciones y en llorar nuestras miserias.
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