“Viene a ser como nave de mercader que trae de lejos el sustento” (Pr 31, 14). María es aquella nave afortunada que nos trajo del cielo a la tierra a Jesucristo, pan vivo, que vino del cielo para darnos la vida eterna, como él mismo lo dice: “Yo soy el pan vivo que he bajado del cielo; el que coma de esta pan vivirá eternamente” (Jn 6, 51-52). Por eso dice Ricardo de San Lorenzo que en el mar del mundo se pierden todos los años los que no se encuentran dentro de esta nave protegidos por María. Y añade: “En cuanto veamos que se encrespan las olas de este mar, debemos gritar a María: ¡Señora! ¡Sálvanos, que perecemos! Siempre que nos veamos en peligro de perdernos por las tentaciones y malas pasiones, debemos recurrir a María, gritando: “Pronto, María, ayúdanos, sálvanos si no quieres vernos perdidos”. Adviértase que este autor no tiene escrúpulo en decir a María: “Sálvanos, que perecemos”, como tiene dificultad en hacerlo el autor tantas veces refutado, que pretende prohibir que digamos a la Virgen que nos salve, pues dice que el salvar es sólo cosa de Dios. Pero si un condenado a muerte puede pedir a un favorito del rey que le salve la vida intercediendo ante el príncipe, ¿por qué no hemos de poder decir a la Madre de Dios que nos salve impetrándonos la gracia de la vida eterna? San Juan Damasceno no tenía dificultad en decir a la Virgen: “Reina inmaculada y pura, sálvame, líbrame de la eterna condenación”. San Buenaventura llamaba así a María: “¡Oh salvación de los que te invocan!” La santa Iglesia aprueba que la llamemos “salud de los enfermos”. ¿Y vamos a tener escrúpulo en pedirle que nos salve, siendo así que, como dice un autor, a nadie sino por ella se le abren las puertas de la salvación? Antes lo había dicho san Germán: “Nadie se salva sino por ti”; y se refería a María.
Pero veamos lo que dicen otros santos de la necesidad que tenemos de la intercesión de la Madre de Dios. Decía el glorioso san Cayetano que podemos buscar la gracia, pero que no la obtendremos sin la intercesión de María. Y lo confirma san Antonino diciendo con bella expresión: “El que pide sin ella, intenta volar sin alas”. El que pide y pretende conseguir las gracias sin la intercesión de María pretende volar sin alas; porque, como el faraón dijo a José: “En tu mano está la tierra de Egipto” (Gn 47, 6); y como a todos los que a él recurrían en demanda de auxilio les decía: “Id a José”, así Dios cuando le pedimos la gracia nos manda a María: “Id a María”. Y es que él ha decretado, dice san Bernardo, no conceder ninguna gracia sino por mano de María. Por lo que dice Ricardo de San Lorenzo: “Nuestra salvación está en manos de María para que nosotros los cristianos le podamos decir mucho mejor que los egipcios decían a José: Nuestra salvación está en su mano”. Lo mismo dice el venerable Idiota: “Nuestra salvación está en su mano”. Y lo mismo, aún con más vigor, Casiano: “Toda la salvación del mundo depende de los innumerables favores de María”. El protegido por María se salva; el que no es protegido se pierde. San Bernardino de Siena le dice: “Señora, ya que eres la dispensadora de todas las gracias y la gracia de la salvación sólo puede venirnos de tu mano, quiere esto decir que de ti depende nuestra salvación”.
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