El agua. El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero “bautizado en un solo Espíritu”, también “hemos bebido de un solo Espíritu”22: el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado23 como de su manantial y que en nosotros brota en vida eterna.
La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo. En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las Iglesias de Oriente “Crismación”. Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo [“Mesías” en hebreo] significa “Ungido” del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo “ungidos” del Señor26, de forma eminente el rey David27. Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: la humanidad que el Hijo asume está totalmente “ungida por el Espíritu Santo”. Jesús es constituido “Cristo” por el Espíritu Santo28. La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo, quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento29 e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor30; es de quien Cristo está lleno31 y cuyo poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas32. Es él en fin quien resucita a Jesús de entre los muertos33. Por tanto, constituido plenamente “Cristo” en su humanidad victoriosa de la muerte34, Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que “los santos” constituyan, en su unión con la humanidad del Hijo de Dios, “ese Hombre perfecto (…) que realiza la plenitud de Cristo”35: “el Cristo total” según la expresión de San Agustín36.
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