Para comprender mejor por qué la santa Iglesia llama a María nuestra vida, basta saber que, como el alma da la vida al cuerpo, así también la divina gracia da la vida al alma; porque un alma sin la gracia tiene nombre de viva, pero en verdad está muerta, como se dice en el Apocalipsis: “Tienes nombre vivo, pero en realidad estás muerto” (Ap 3, 1). Por lo tanto, la Virgen nuestra Señora, obteniendo por su mediación a los pecadores la gracia perdida, los devuelve a la vida. La santa Iglesia, aplicándole las palabras de la Escritura: “Me hallarán los que madrugaren para buscarme” (Pr 8, 17), hace decir a la Virgen que la hallarán los que sean diligentes en acudir a ella de madrugada, es decir, lo antes posible. Dice la versión de los Setenta en vez de “me encontrarán”, “hallarán la gracia”. Así que es lo mismo recurrir a María que encontrar la gracia de Dios. Y poco más adelante dice: “El que me encuentre, encontrará la vida y alcanzará del Señor la salvación” (Pr 8, 35). “Oíd –exclama san Buenaventura comentando esto–, oíd los que deseáis el reino de Dios: honrad a la Virgen María y encontraréis la vida y la eterna salvación.
Dice san Bernardino de Siena que Dios no destruyó al hombre después del pecado por el amor especialísimo que tenía a esta su hija que había de nacer. Y añade el santo que no tiene la menor duda en creer que todas las misericordias y perdones recibidos por los pecadores en la antigua ley, Dios se las concedió en vistas a esta bendita doncella.
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