Epifanio, obispo de Chipre, envió un día a decir al abad Hilarión: «Ven para que nos veamos antes de morir». Se encontraron y mientras comían les trajeron un ave. El obispo se la ofreció al abad Hilarión, pero el anciano le dijo: «Perdona, Padre, pero desde que vestí este hábito no he comido carne». Epifanio le respondió: «Yo, desde que tomé este hábito, no he permitido que nadie se acostara teniendo algo contra mí, ni he dormido nunca teniendo algo contra alguno». E Hilarión le dijo: «Perdóname, tu práctica es mejor que la mía».
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