la llaman la esperanza de los que delinquen

 


Con razón san Lorenzo Justiniano la llama la esperanza de los que delinquen, porque ella sola es la que les obtiene el perdón de Dios. Acertadamente la llama san Bernardo escala de los pecadores, porque a los pobres caídos, los saca del precipicio del pecado y los lleva a Dios. Muy bien san Agustín la llama única esperanza de nosotros pecadores, ya que por su medio esperamos la remisión de todos nuestros pecados. Lo mismo dice san Juan Crisóstomo: que por la intercesión de María los pecadores recibimos el perdón. Por lo que el santo, en nombre de todos los pecadores, la saluda así: “Dios te salve, Madre de Dios y nuestra, cielo en que Dios reside, trono en el que dispensa el Señor todas las gracias; ruega al Señor por nosotros para que por tus plegarias podamos obtener el perdón en el día de las cuentas y la gloria bienaventurada en la eternidad”.

Con toda propiedad, en fin, María es llamada aurora: “¿Quién es ésta que va subiendo como aurora naciente? (Ct 6, 9). Sí, porque observa el papa Inocencio: “Así como la aurora da fin a la noche y comienzo al día, así, en verdad, la aurora es figura de María que marcó el fin de los vicios y el comienzo de todas las virtudes”. Y el mismo efecto que tuvo para el mundo el nacimiento de María, se produce en el alma que se entrega a su devoción. Ella clausura la noche de los pecados y hace caminar por la senda de la virtud. Por eso le dice san Germán: “Oh Madre de Dios, tu defensa es inmortal, tu intercesión es la vida”. Y en el sermón del santo sobre su virginidad, dice que el nombre de María para quien lo pronuncia con afecto es señal de vida o de que pronto la tendrá.

Cantó María: “Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1, 48). “Sí, Señora mía –le dice san Bernardo–; por eso te llamarán bienaventurada todos los hombres, porque todos tus siervos, por tu medio, han conseguido la vida de la gracia y la gloria eterna. En ti encontramos los pecadores el perdón, los justos la perseverancia y, después, la vida eterna”. “No desconfíes, pecador –habla san Bernardino de Bustos–, aunque hayas cometido toda clase de pecados; recurre con absoluta confianza a esta Señora, porque la encontrarás con las manos rebosantes de misericordia, que más desea María otorgarte las gracias de lo que tú deseas recibirlas”.


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