Para aborrecer la vanidad del mundo

 




. El abad Evagrio dijo: «Cuando estés en tu celda, recógete y piensa en el día de la muerte. Represéntate ese cuerpo cuya vida desaparece: piensa en esta calamidad, acepta el dolor y aborrece la vanidad de este mundo. Sé humilde y vigilante para que puedas siempre perseverar en tu vocación a la hesyquia y no vacilarás. Acuérdate también del día de la resurrección y trata de imaginarte aquel juicio divino, terrible y horroroso. Acuérdate de los que están en el infierno. Piensa en el estado actual de sus almas, en su amargo silencio, en sus crueles gemidos, en su temor y mortal agonía, en su angustia y dolor, en sus lágrimas espirituales que no tendrán fin, y nunca jamás serán mitigadas. Acuérdate también del día de la resurrección e imagínate aquel juicio divino, espantoso y terrible y en medio de todo esto la confusión de los pecadores a la vista de Cristo y de Dios, en presencia de los ángeles, arcángeles, potestades y de todos los hombres. Piensa en todos los suplicios, en el fuego eterno, en el gusano que no muere, en las tinieblas del infierno, y más aún en el rechinar de los dientes, terrores y tormentos. Recuerda también los bienes reservados a los justos, su confianza y seguridad ante Dios Padre y Cristo su Hijo, ante los ángeles, arcángeles, potestades y todo el pueblo. Considera el reino de los cielos con todas sus riquezas, su gozo y su descanso. Conserva el recuerdo de este doble destino, gime y llora ante el juicio de los pecadores, sintiendo su desgracia y teme no caer tú mismo en ese mismo estado. Pero alégrate y salta de gozo pensando en los bienes reservados a los justos y apresúrate a gozar con éstos y en alejarte de aquéllos. Cuidare de no olvidar nunca todo esto, tanto si estás en tu celda como si estás fuera de ella, ni lo arrojes de tu memoria y con ello huirás de los sórdidos y malos pensamientos». 

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