Cuánta debe ser nuestra confianza en esta Reina sabiendo lo poderosa que es ante Dios, y tan rica y llena de misericordia que no hay nadie en la tierra que no participe y disfrute de la bondad y de los favores de María. Así lo reveló la Virgen María a santa Brígida: “Yo soy –le dijo la reina del cielo y madre de la misericordia- la alegría de los justos y la puerta para introducir los pecadores a Dios. No hay en la tierra pecador tan desventurado que se vea privado de la misericordia mía. Porque si otra gracia por mí no obtuviera, recibe al menos la de ser menos tentado de los demonios de lo que sería de otra manera. No hay ninguno tan alejado de Dios, a no ser que del todo estuviese maldito –se entiende con la final reprobación de los condenados-; ninguno que, si me invocare, no vuelva a Dios y alcance la misericordia”. Todos me llaman la madre de la misericordia, y en verdad la misericordia de Dios hacia los hombres me ha hecho tan misericordiosa para con ellos. Por eso será desdichado y para siempre en la otra vida el que en ésta, pudiendo recurrir a mí, que soy tan piadosa con todos y tanto deseo ayudar a los pecadores, infeliz no acude a mí y se condena.
Acudamos, pues, pero acudamos siempre a las plantas de esta dulcísima reina si queremos salvarnos con toda seguridad. Y si nos espanta y desanima la vista de nuestros pecados, entendamos que María ha sido constituida reina de la misericordia para salvar con su protección a los mayores y más perdidos pecadores que a ella se encomiendan. Éstos han de ser su corona en el cielo como lo declara su divino esposo: “Ven del Líbano, esposa mía; ven del Líbano, ven y serás coronada... desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos” (Ct 4, 8). ¿Y cuáles son esas cuevas y montes donde moran esas fieras y monstruos sino los miserables pecadores cuyas almas se convierten en cubil de los pecados, los monstruos más deformes que puede haber? Pues bien, comenta el abad Ruperto, precisamente de estos miserables pecadores salvados por su mediación, oh gran reina, te verás coronada en el paraíso, ya que su salvación será tu corona, corona muy apropiada para una reina de misericordia y muy digna de ella. A este propósito, léase el siguiente ejemplo.
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