: Una de las más singulares, admirables y características de Santa Francisca son las visiones del Infierno. Suplicios innumerables, variados como lo son los crímenes, le fueron mostrados en su conjunto y en sus detalles. Vio el oro y la plata en fusión metido por los demonios en las fauces de los avaros. Vio muchas cosas singulares, detalladas, espantosas. Vio las jerarquías de los demonios, sus funciones, sus suplicios, los crímenes diversos que presiden. Vio a Lucifer consagrado al orgullo, jefe de los orgullosos, rey de todos los demonios y de todos los condenados, y que este rey es mucho más desgraciado que sus súbditos. El Infierno está dividido en tres partes: superior, medio e inferior. Lucifer está en el fondo del Infierno inferior. Bajo Lucifer, jefe universal, hay tres jefes que le están subordinados y que son superiores a los demás: Asmodeo, que era un querubín, preside a los pecados de la carne; Mammon, que era un trono, preside a los de la avaricia. Es interesante ver cómo el dinero forma por sí solo una de las tres grandes categorías de pecados. Beelzebub preside a los pecados de la idolatría. Todo crimen de magia, espiritismo, etc., corresponde a Beelzebub. Él es particular y 11 especialmente el príncipe de las tinieblas. Por las tinieblas es torturado y con las tinieblas tortura a sus víctimas. Una parte de los demonios permanece en el Infierno; otra reside en el aire, otra entre los hombres, buscando a cual devorar. Los que están en el Infierno dan sus órdenes y envían sus delegados. Los que están en el aire obran físicamente en las perturbaciones atmosféricas y telúricas; lanzan por todas partes sus malas influencias e infectan el aire física y moralmente. Su misión especial es debilitar el alma. Y cuando los demonios de la tierra ven a un alma debilitada por la influencia de los demonios del aire la atacan en medio de su desfallecimiento para vencerla más fácilmente. La atacan en el momento en que desconfía de la Providencia, pues esta desconfianza, cuyos inspiradores especiales son los demonios del aire, prepara al alma a la caída que los demonios de la tierra solicitan. Primero, cuando ya está debilitada por la desconfianza, le inspiran el orgullo, al que se abandona tanto más fácilmente cuanto mayor es su debilidad. Cuando el orgullo ha aumentado ésta, llegan los demonios de la carne imbuyéndoles su espíritu; y cuando los demonios de la carne la han debilitado más y más, llegan los demonios encargados de los crímenes del dinero. Y una vez éstos han acabado de disminuir todavía sus fuerzas de resistencia, llegan por fin los demonios de la idolatría que concluyen y ponen término a lo que los otros han empezado. Todos están en inteligencia para el mal. Y he aquí ahora la ley de la caída: Todo pecado conservado arrastra a nuevo pecado. Así, la idolatría, la magia, el espiritismo, esperan en el fondo del abismo a aquellos que, de precipicio en precipicio, han ido cayendo hasta los últimos bordes. Todas las cosas de la jerarquía celestial son parodiadas en la jerarquía infernal. Ningún demonio puede tentar a un alma sin permiso de Lucifer. Los demonios que tienen su pie fijo en el Infierno sufren la pena del fuego; los que están en el aire o bajo tierra no sufren entretanto este tormento pero soportan otros terribles suplicios, especialmente el de ver el bien que hacen los santos. El hombre que hace el bien inflige a los demonios una tortura espantosa. Santa Francisca, cuando era tentada, por la clase y la fuerza de la tentación conocía de cuánta altura había caído el ángel tentador y a qué jerarquía había pertenecido. Cuando un alma cae en el Infierno, multitud de demonios dan las gracias y felicitan a su demonio tentador; pero si un alma se salva, su demonio tentador es objeto de la burla de los demás y conducido delante de Lucifer, éste lo condena a un castigo especial distinto de sus torturas ordinarias. Dicho demonio entra a veces en el cuerpo de algún animal o en el de algún hombre, y se hace pasar por el alma de un difunto. Se conoce que las modernas prácticas más conocidas desde lo de las mesas parlantes, han sido usadas en todos los tiempos, pues Santa Francisca parece ya describirlas. Cuando un demonio ha conseguido perder a un alma, después de la condenación de ella, aquel mismo demonio pasa a tentar a otro hombre, y entonces es más hábil que la vez anterior. Se 12 aprovecha de la experiencia adquirida en la victoria y tiene más habilidad y fuerza para la perdición. Cuando un hombre tiene la costumbre del pecado, Santa Francisca ve el demonio encima de él; cuando el pecado mortal queda borrado, lo ve no encima, sino al lado del hombre. Después de una buena confesión el demonio queda muy débil, y la tentación no tiene ya la misma energía. Cuando el nombre de Jesús es pronunciado santamente, Santa Francisca ve a los demonios del aire, de la tierra y del Infierno doblegarse bajo espantosas torturas, tanto mayores cuanto más santamente es aquel nombre pronunciado. Si ante una blasfemia se invoca el nombre de Dios, también los demonios se ven obligados a inclinarse; pero al dolor que este obligado homenaje les produce se mezcla un cierto placer. Cuando un hombre blasfema el nombre de Dios, los ángeles del cielo también se inclinan, atestiguando un inmenso respeto. Así, pues, los labios humanos que tan fácilmente se mueven y tan a la ligera pronuncian aquel terrible nombre, producen en todos los mundos extraordinarios efectos, y despiertan ecos cuya intensidad y grandeza no sospecha el hombre aquí en la tierra.
: Una de las más singulares, admirables y características de Santa Francisca son las visiones del Infierno. Suplicios innumerables, variados como lo son los crímenes, le fueron mostrados en su conjunto y en sus detalles. Vio el oro y la plata en fusión metido por los demonios en las fauces de los avaros. Vio muchas cosas singulares, detalladas, espantosas. Vio las jerarquías de los demonios, sus funciones, sus suplicios, los crímenes diversos que presiden. Vio a Lucifer consagrado al orgullo, jefe de los orgullosos, rey de todos los demonios y de todos los condenados, y que este rey es mucho más desgraciado que sus súbditos. El Infierno está dividido en tres partes: superior, medio e inferior. Lucifer está en el fondo del Infierno inferior. Bajo Lucifer, jefe universal, hay tres jefes que le están subordinados y que son superiores a los demás: Asmodeo, que era un querubín, preside a los pecados de la carne; Mammon, que era un trono, preside a los de la avaricia. Es interesante ver cómo el dinero forma por sí solo una de las tres grandes categorías de pecados. Beelzebub preside a los pecados de la idolatría. Todo crimen de magia, espiritismo, etc., corresponde a Beelzebub. Él es particular y 11 especialmente el príncipe de las tinieblas. Por las tinieblas es torturado y con las tinieblas tortura a sus víctimas. Una parte de los demonios permanece en el Infierno; otra reside en el aire, otra entre los hombres, buscando a cual devorar. Los que están en el Infierno dan sus órdenes y envían sus delegados. Los que están en el aire obran físicamente en las perturbaciones atmosféricas y telúricas; lanzan por todas partes sus malas influencias e infectan el aire física y moralmente. Su misión especial es debilitar el alma. Y cuando los demonios de la tierra ven a un alma debilitada por la influencia de los demonios del aire la atacan en medio de su desfallecimiento para vencerla más fácilmente. La atacan en el momento en que desconfía de la Providencia, pues esta desconfianza, cuyos inspiradores especiales son los demonios del aire, prepara al alma a la caída que los demonios de la tierra solicitan. Primero, cuando ya está debilitada por la desconfianza, le inspiran el orgullo, al que se abandona tanto más fácilmente cuanto mayor es su debilidad. Cuando el orgullo ha aumentado ésta, llegan los demonios de la carne imbuyéndoles su espíritu; y cuando los demonios de la carne la han debilitado más y más, llegan los demonios encargados de los crímenes del dinero. Y una vez éstos han acabado de disminuir todavía sus fuerzas de resistencia, llegan por fin los demonios de la idolatría que concluyen y ponen término a lo que los otros han empezado. Todos están en inteligencia para el mal. Y he aquí ahora la ley de la caída: Todo pecado conservado arrastra a nuevo pecado. Así, la idolatría, la magia, el espiritismo, esperan en el fondo del abismo a aquellos que, de precipicio en precipicio, han ido cayendo hasta los últimos bordes. Todas las cosas de la jerarquía celestial son parodiadas en la jerarquía infernal. Ningún demonio puede tentar a un alma sin permiso de Lucifer. Los demonios que tienen su pie fijo en el Infierno sufren la pena del fuego; los que están en el aire o bajo tierra no sufren entretanto este tormento pero soportan otros terribles suplicios, especialmente el de ver el bien que hacen los santos. El hombre que hace el bien inflige a los demonios una tortura espantosa. Santa Francisca, cuando era tentada, por la clase y la fuerza de la tentación conocía de cuánta altura había caído el ángel tentador y a qué jerarquía había pertenecido. Cuando un alma cae en el Infierno, multitud de demonios dan las gracias y felicitan a su demonio tentador; pero si un alma se salva, su demonio tentador es objeto de la burla de los demás y conducido delante de Lucifer, éste lo condena a un castigo especial distinto de sus torturas ordinarias. Dicho demonio entra a veces en el cuerpo de algún animal o en el de algún hombre, y se hace pasar por el alma de un difunto. Se conoce que las modernas prácticas más conocidas desde lo de las mesas parlantes, han sido usadas en todos los tiempos, pues Santa Francisca parece ya describirlas. Cuando un demonio ha conseguido perder a un alma, después de la condenación de ella, aquel mismo demonio pasa a tentar a otro hombre, y entonces es más hábil que la vez anterior. Se 12 aprovecha de la experiencia adquirida en la victoria y tiene más habilidad y fuerza para la perdición. Cuando un hombre tiene la costumbre del pecado, Santa Francisca ve el demonio encima de él; cuando el pecado mortal queda borrado, lo ve no encima, sino al lado del hombre. Después de una buena confesión el demonio queda muy débil, y la tentación no tiene ya la misma energía. Cuando el nombre de Jesús es pronunciado santamente, Santa Francisca ve a los demonios del aire, de la tierra y del Infierno doblegarse bajo espantosas torturas, tanto mayores cuanto más santamente es aquel nombre pronunciado. Si ante una blasfemia se invoca el nombre de Dios, también los demonios se ven obligados a inclinarse; pero al dolor que este obligado homenaje les produce se mezcla un cierto placer. Cuando un hombre blasfema el nombre de Dios, los ángeles del cielo también se inclinan, atestiguando un inmenso respeto. Así, pues, los labios humanos que tan fácilmente se mueven y tan a la ligera pronuncian aquel terrible nombre, producen en todos los mundos extraordinarios efectos, y despiertan ecos cuya intensidad y grandeza no sospecha el hombre aquí en la tierra.
Comentarios
Publicar un comentario