Aquí están las palabras del sabio Cartagena que él tomó, en parte del libro del Beato Alano de la Rupe, De Dignitate Psalterii: “Afirma el Beato Alano que su Padre, Santo Domingo, le dijo un día en una revelación: ¡Hijo mío! tú predicas. Pero, para que no busques la alabanza humana sino la salvación de las almas, escucha lo que me sucedió en París. Debía predicar en la Iglesia mayor de Santa María y quería hacerlo ingeniosamente, no por jactancia, sino a causa de la nobleza y dignidad de los asistentes. Mientras oraba, según mi costumbre, casi durante una hora, mediante la recitación de mi salterio (es decir, el Rosario) antes del Sermón tuve un éxtasis. Veía a mi amada Señora, la Virgen María, que ofreciéndome un libro me decía: «Por bueno que sea el sermón que vas a predicar, aquí traigo uno mejor!»”.
“Muy contento, tomé el libro, lo leí todo y, como María lo había dicho, encontré lo que debía predicar. Se lo agradecí de todo corazón. Llegada la hora del sermón, subí a la cátedra sagrada. Era la fiesta de San Juan, pero sólo dije del Apóstol que mereció ser escogido para guardián de la Reina del cielo. En seguida hablé así a mi auditorio: «¡Señores e ilustres Maestros! Uds. están acostumbrados a oír sermones sabios y elegantes. Pero no quiero dirigirles doctas palabras de sabiduría humana, sino mostrarles el espíritu de Dios y su poder». Entonces, añade Cartagena, siguiendo al Beato Alano, Santo Domingo les explicó la salutación angélica mediante comparaciones y semejanzas muy sencillas”.
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